Con este artículo sobre “Rojo”, dirigida por Benjamín Naishat y multipremiada en la anterior edición de San Sebastián (con mejor Dirección, Actor y Fotografía), inauguramos nuestra sección de crítica. Sin más intención que la de analizar uno de los títulos más importantes del festival y de la cartelera actual.
La acción de «Rojo» tiene lugar en Argentina a mediados de los 70, en los meses previos al golpe de estado que se produjo en 1976. Se podría hablar de ella, con dificultad, como una película de investigación, y en algunas críticas se le ha llegado incluso a calificar de cine negro, algo bastante discutible. Sin embargo, pese a lo que puedan sugerir estos géneros, no se puede afirmar que tenga una estructura clásica. Aún cuando su trama principal no podría ser más convencional: un abogado comete un delito de omisión del deber de socorro y lo mantiene en secreto, a continuación, un investigador llega a la ciudad y le empieza a poner en aprietos. Como vemos, sin novedad en el frente.
Pero entonces por qué digo que no es una narración convencional. Pues bien, el caso es que la película está continuamente intercalada por escenas y lo que parecen comienzos de nuevas tramas que interrumpen la principal (llegando a dejarla apartada durante más de 30 minutos). Estas escenas y «micro tramas», aunque impliquen siempre a los personajes principales del film, están totalmente desconectadas del argumento. Funcionan como piezas sueltas, como unidades independientes que no tienen el propósito de iniciar ninguna línea paralela, ni de contribuir a la central.
La siguiente pregunta, por tanto, sería la de cómo funcionan entonces estos fragmentos separados. Pues bien, funcionan, digámoslo así, de una manera referencial. A lo que hacen referencia es a la historia de argentina o, mejor dicho, a la situación de argentina en ese momento de su historia: mediados de los setenta, con un golpe de estado inminente y un descontrol generalizado. Quizá una palabra más acertada sería la de alusión, alusiones más que referencias. De esta manera, con la alusión desde distintos (aunque no muy variados) flancos al contexto histórico argentino, es de la única manera de la que las distintas tramas o partes de «Rojo» pueden tener una relación con cierto sentido. Es por esto por lo que más vale hablar de «Rojo» como una película política, pues todo en ella se enfoca, de una u otra manera, a comentar la sociedad argentina y más concretamente la clase media-alta de la época.
Ahora bien, el problema, a mi juicio, es que ni teniendo en cuenta esta lectura política se mantiene. Precisamente por lo que decía antes, porque estas interrupciones y estos fragmentos son solo alusiones a la situación argentina de la época, de distinto ámbito, unas más ambiguas que otras, algunas claramente simbólicas, otras directamente ilustrativas, pero sin una dirección común. No consiguen armar un discurso. Si acaso alguien consigue armárselo será mérito suyo, no creo que la película por si sola lo haga. Más bien se perciben como un montón de alusiones y referencias sueltas, amontonadas, difícilmente comprensibles para alguien no familiarizado con la historia de argentina y que, aún siendo captadas, son solo ligeras sugerencias sobre un tema que lo sobrevuela todo y que no llega a ser abordado.
Si tenemos en cuenta esa lectura política-social, percibimos varias cosas: una insistentemente señalada hipocresía burguesa, unos burgueses que se aprovechan de la situación de descontrol para hacer negocio, lo importante que son las apariencias para ellos y la violencia con la que conviven. Vemos, por otro lado, en las desapariciones que no se investigan, el descontrol del país, e incluso algunas secuencias claramente simbólicas, como la del látigo regalado por unos vaqueros estadounidenses al interventor federal. Más allá de estas alusiones y mensajes dispares, nada hace pensar que el autor y el film tengan algo que decir sobre la Argentina de mediados de los 70. Más bien parece que el interés en este tema sea visual, en determinados sucesos y determinada época, pero solo visual.
Si cambiamos de tercio y juzgamos “Rojo” exclusivamente de manera argumental, ignorando todo aquello que atañe a la historia y la política argentina, nos encontramos con un arranque muy atractivo que pone la incógnita en por qué el protagonista hace lo que hace (el incidente desencadenante). Una incógnita que estamos esperando durante toda la película que sea explicada, mientras no paramos de ser interrumpidos con escenas y minitramas que resultan no tener ninguna relación con la trama principal. La incógnita nunca se resuelve y los motivos de la acción del personaje no terminan de quedar claros más allá de las conjeturas que pueda hacer el espectador. Llegamos, como digo, a un desenlace que no solo no responde nuestras preguntas, sino que resulta ser una más de estas alusiones. Una alusión que, comprendiéndose, tampoco lleva a ningún lado.
En conclusión, me parece una película difícil de disfrutar para un público no argentino, aunque no me den la razón su éxito en la taquilla española y en el festival de San Sebastián. Quizá un espectador argentino pueda conjeturar más fácilmente sobre una relación ficticia entre los elementos dispares que aparecen en pantalla, pero creo que, al fin y al cabo, no son más que eso, elementos dispares, tiros al agua.