Crítica: «El Peral Salvaje»

Hace pocas semanas que El Peral Salvaje se ha estrenado en las salas de cine, habiendo pasado antes por el festival de Cannes, donde ni ella ni su director, Ceylan, recibieron ningún premio, algo que no es usual para él. Es inevitable preguntarse cuál es el motivo de que en esta ocasión no recibiese ningún galardón, ¿es el final de una buena racha o una decisión premeditada del festival? Creo que nadie ignora lo muy afílmicas que pueden llegar a ser las razones de los festivales a la hora de premiar, pero quizá este no sea uno de esos casos. No puedo dilucidar los motivos de esa decisión, cuyas posibles componentes son muchas, sin embargo, sí que puedo eliminar la posibilidad de que haya terminado una racha. A mi parecer, el Peral Salvaje no desmerece en absoluto de sus anteriores y galardonados trabajos.

Abordando el análisis de la película, topo con su duración (de más de 3 horas), que encabeza todos los comentarios sobre los trabajos del director. Aunque no pretenda obviarla, no la convertiré en el tema central, ni la abandonaré, etiquetándola como un elemento de por sí negativo o positivo, sino como un elemento más que influye de distintas maneras.

El argumento conductor de El Peral Salvaje es muy ligero, es simple y pequeño, mientras que todo lo que tiene a su alrededor parece cargado de complejidad y abundancia. Tanto es así, que resulta difícil afirmar que este sea quien conduce la película, en realidad, nos centramos más bien en su protagonista, al que acompañamos en su vagar de juventud. Porque la película vaga, en constantes digresiones que son las de la vida del propio Sinan. Precisamente, uno de los grandes de valores de la película es que consigue sumergirse en este vagar sin descentrarse, les llamo digresiones, pero lo cierto es que no se desvían del tema central de la película, que no es más que su protagonista, su persona completa es la que ocupa el centro del film.

Ese es el motivo de que las digresiones funcionen: que no son digresiones reales, puesto que no salen de lo principal: Sinan, el cual, dentro de sí, engloba el que hemos llamado argumento conductor. La manera en la que narra Ceylan, ya vista en otros de sus títulos, es la que crea estas digresiones, puesto que abre muchos frentes, muchos temas muy distintos e incluso tramas diferentes, de manera que el espectador no sepa cuál va a cerrar la película, si lo van a hacer todas de manera independiente o si van a relacionarse para cerrar de manera conjunta. Creo que dentro de estas maneras El Peral Salvaje es un logro, pues consigue una férrea unidad de todos sus frentes abiertos.

Lo cierto es que la operación que realiza para cerrar el film no es muy complicada, al menos a simple vista, pues simplemente se decanta por una de las tramas abiertas. Pero no tendría por qué funcionar, y funciona, y esto es por la elección de esa trama, y a su vez de todo el tema. El logro de El Peral Salvaje es encontrar una solución narrativa orgánica a lo que cuenta. La explicación de por qué funciona su construcción dramática solo puede ser filosófica (quizá incluso antropológica) y solo si hemos aceptado la visión filosófica que se propone podemos aceptar el final o cierre de su construcción.

Esta concepción filosófica, que tiene mucho de antropológica, se refiere a lo que es un padre. El padre del joven protagonista juega un papel muy importante desde el principio del film y es quien lo concluye. Es el padre quien enlaza y cierra todos los frentes abiertos. Pero no nos quedemos en la abstracción. Sinan, es un joven aspirante a escritor que acaba de terminar la carrera de profesor de primaria. Esta, curiosamente, es justo la misma situación en la que su padre se encontraba a su edad. Además, el joven tiene un conflicto importante con él, a quien considera inútil e indigno y del que, por sus problemas actuales, rechaza todo. Al final de la película, Sinan vuelve con su padre, se reconcilia con él, deja de rechazarlo, su padre demuestra entenderlo y él, secretamente, lo vuelve  a querer. El caso es que este final no funciona si no entendemos y aceptamos que el padre, en realidad, engloba a todo el hijo, todos los vaivenes del hijo ya los había dado el padre, no podemos entender el final si no aceptamos que esa reconciliación con su padre significa una reconciliación consigo mismo. El resolver el problema con su padre soluciona y cicatriza todos los otros vaivenes porque el padre lo engloba todo, padre e hijo se engloban mutuamente, son, simultáneamente, contenido y continente del otro. El padre ha experimentado todas las vacilaciones del hijo  en el pasado, las ha superado, Sinan, al reconciliarse con su padre, se reconcilia también con el pasado de su padre, que no es más que él mismo, se reconcilia con ese destino al que está abocado desde nacimiento. El Peral Salvaje nos pone o, más bien, se pone, en un brete, el espectador debe aceptar, o al menos entender, esta manera de concebir la figura del padre, esa figura hacia la que todos los caminos apuntan, en la que todas las vías terminan. Es esa concepción la que le da el poder y la capacidad de amansar y cerrar armoniosamente todos esos conflictos personales y propios del hijo que hemos estado viendo.

Ahora, ¿qué pasa si un espectador no ha llegado a esta conclusión, o no comprende esta manera de concebir la figura del padre? Pues lo cierto es que es posible que perciba que el film ha dejado promesas sin cumplir, que le sepa a poco ese final. Que sienta que es un lazo de cierre que no soluciona nada de lo anterior, sino que, más bien, cerrando una sola de las tramas, intenta dejar sensación de final. Y, dando también sustento a esta opinión, lo cierto es que el final de El Peral Salvaje no añade mucho más que un final, es cierto que no es una revelación, no es un cambio de percepción sobre todo lo anterior, ni la comprensión de una tesis, es un final, y solo eso, la concepción filosófica de la  que veníamos hablando la venimos comprendiendo a medida que va avanzando la película, progresivamente, no es un golpe de efecto.

Como último comentario sobre El Peral Salvaje, me gustaría añadir que, al verla, se tiene la sensación de estar viendo una película libre, que no tiene miedo a utilizar el medio cinematográfico en todos los sentidos. No tiene miedo a la ensoñación, la elipsis abrupta, al diálogo, a las conversaciones interminables, a la música, las secuencias poéticas y oníricas, la utilización de temas y personajes tangenciales, etc. Utiliza toda la masa cinematográfica, Ceylan abraza el medio sin respeto y con sinceridad, sin distancia y con cosas que contar. Sus larguísimas conversaciones dejan citas y escenas inolvidables, personajes complejos y muy reales, de una realidad que no abandona el onirismo, sino que lo nutre. En mi opinión, esto último es especialmente importante, consigue enternecer y retratar de cerca algo que resulta muy concreto, y personal y a la vez revestirlo de un cariz poético, que recalca su universalidad.

Sobre su duración solo diré que es una demostración más del poco miedo que tiene al medio y al espectador, es necesario perderle el respeto a las cosas para crear con ellas. Cada digresión de las que hablábamos está nutrida de temas tangenciales e interesantísimos, y no distraen, como digo, nutren. No es común ver películas capaces de tener tanto contenido y a la vez conseguir unidad.

Si tuviera que concluir el artículo como una reseña tradicional, diría, que la recomiendo.

Crítica: «The mountain»

 “The mountain”, dirigida por Rick Alverson, estuvo presente en la sección oficial del festival de Venecia, consiguiendo incluso un premio especial y, aún así, curiosamente, en España no ha sido estrenada en salas. Pese a contar con actores de la talla de Denis Lavant y Jeff Goldblum, en nuestro país solo hemos podido (y seguimos pudiendo) verla a través de la plataforma Filmin. Aún así, es un estreno de cierta importancia que nos ha llamado la atención.

“The mountain” transcurre en el ambiente hospitalario de los psiquiátricos de los años 50. Los dos protagonistas recorren unos frondosos bosques estadounidenses, de psiquiátrico en psiquiátrico, mientras practican lobotomías a los pacientes que allí encuentran, envueltos siempre por un ambiente aséptico y extraño que no les abandona ni aún fuera de los hospitales. Podríamos decir que el tema de la película es la locura, la locura clínica, siempre tan difícil de delimitar.

Al comienzo de la película, vemos a un chico cuya madre está ingresada en un hospital psiquiátrico y cuyo padre acaba de morir. Cuando está vendiendo lo que parecen pertenencias de su padre y de la casa, se le presenta un médico que al parecer atendió a su madre y conoció a su padre y le propone que le acompañe en unos viajes llevando cosas y haciendo fotos. El chico acepta, motivado, aparentemente, por poder encontrar a su madre en alguno de los muchos hospitales psiquiátricos que visitan. Hasta este punto parece que la historia va a ir por unos cauces clásicos, sin embargo, el objetivo de reencontrarse con su madre parece dejar de tener tanta importancia (incluso parece insinuarse que la madre está muerta), aunque nunca sabemos nada a ciencia cierta en esta película. El doctor y el chico siguen viajando de hospital en hospital, el tiempo queda suspendido en una rutina extraña, un cambio se está fraguando en el más joven de los dos. Este empieza a sentir cada vez más compasión por los ingresados en los hospitales y más distanciamiento y repulsión hacia el doctor, que les lobotomiza, y hacia el resto de “cuerdos”.

Se puede observar en este resumen de lo que es algo más de la mitad de la película una abundancia de inexactitud y de afirmaciones no tajantes sobre el argumento, bien, pues es algo buscado en el film. En él se juega constantemente a dejar ambigüedades, preguntas sin responder, hechos que solo podemos explicar parcialmente, etc., a la vez que nos encontramos con un protagonista cuyos gestos y expresiones de emoción pueden contarse con los dedos de una mano. De esta manera, se nos antoja casi imposible entender lo que siente durante la mayoría del tiempo. Da la sensación de que el director no quisiese que seamos capaces de seguirle el ritmo a los personajes.

No creo que estas operaciones realizadas favorezcan a la cinta, añaden dificultad en la comprensión, incluso, de los detalles más nimios, que quedan cargados de un misterio engañoso, pues no tienen la trascendencia que aparentan.

Un ejemplo, para que se me comprenda, tiene lugar en el primer cuarto de película, antes de una de las fotos de equipo de quirófano realizadas por el protagonista. El doctor y otro médico están teniendo una conversación de la que solo escuchamos: -D: “Me gustan las fotos” –M: “Estaban programadas. No sé dónde están”. De este fragmento podemos deducir que quizá el doctor ha tenido que explicar por qué quiere tomar fotos, o quizá no, quizá se trate de otra cosa, el caso es que no entiendo la utilidad de mantener el misterio al respecto. Desde mi punto de vista, cualquiera de las dos otras opciones: dejar toda la conversación o quitarla entera, hubiese sido más acertada.

No encuentro la manera de explicar la razón de ser de este tipo de recursos, si bien no es la primera vez que los veo en una película (normalmente actuales).  A veces da la sensación de que se pretendiese añadir de esa manera interés a la escena, como si no confiasen lo suficiente en lo que cuentan en ella y prefiriesen no contar nada a la vez que mantienen la apariencia de que sí lo están haciendo.

Además, considero que “The mountain” sí que tiene algo que contar. Sin duda, la historia es interesante en líneas generales: el chico va sintiendo cada vez más repulsión hacia las lobotomías que practica el doctor y más compasión hacia los pacientes de los psiquiátricos, que son quienes las reciben. Cada vez se acerca más a los locos, alejándose de los cuerdos y llega a sentirse atraído, y parece que hasta a enamorarse, de una paciente. Finalmente, el chico pasa al lado de los locos, se rebela contra eso que repudia con un acto violento y aparentemente deliberado y le practican una lobotomía. Le dejan con la chica de la que se enamoró, ambos lobotomizados, en la casa del padre de ella, y se terminan escapando.

Resulta interesante esa historia de una persona que se empieza a sentir más cerca de los locos que de los cuerdos, pero nos quedamos con sabor a poco. El caso es que la película, como decíamos,  hace todo lo que puede para dejarnos fuera, nunca estamos con el protagonista y esto hace que al final, a nuestros ojos, quede simplificado a un esquema, a la superficie, que es lo que vemos de él.

En definitiva, creo que “The mountain” desaprovecha el tema sobre el que versa, puesto que pasamos la mayor parte de la película intentando averiguar qué pasa en vez de profundizar en lo que propone. Enuncia un protagonista, un tema y unos personajes interesantes, con potencial, pero no llegan a ser aprovechados. Empleamos muchísimo tiempo en descifrarlos, en comprender la enunciación y cuando llegamos a comprenderlo resulta que no hay más. Al terminar “The mountain”, si hemos sido capaces de descifrarla, tenemos la sensación de haber visto una película incompleta, un film que se pone trabas a sí mismo para contar algo que, en el fondo, es bastante sencillo, quizá demasiado.